miércoles, 27 de octubre de 2010

Agricultores de la buena suerte

En 1946 Viktor Emil Frankl psiquiatra austriaco de origen judío publicó un libro titulado “El hombre en busca de sentido”(Paidós Ibérica, 2002). Frankl acababa de sobrevivir a una espantosa experiencia durante cuatro años en los campos de concentración nazis de Auschwitz y Dachau y, basándose en sus vivencias, daba a conocer al mundo en esta obra una nueva técnica que se conoció como logoterapia. Esta modalidad, que resulto ser una variante de la psicoterapia, proponía que la voluntad de sentido es una motivación primaria del ser humano. La técnica consistía en dialogar con la persona e indagar en ella qué es lo que daba sentido a su vida, asumiendo que hombres y mujeres somos seres con libertad de decisión que debemos actuar de manera responsable en base a una motivación interna que nos mueva a hacerlo.

En el mencionado libro aparecía por primera vez el término “proactividad” que se definía como "la libertad de elegir nuestra actitud frente a las circunstancias de nuestra propia vida". Cuando decimos que una persona es activa significa que habitualmente hace muchas cosas. Pero ello no significa que el razonamiento que ha seguido para llevar a cabo tantas actividades sea el óptimo. Dentro de las personas activas existen dos tipos de personas: las reactivas y las proactivas. ¿Qué diferencia hay entre ellas? Las personas reactivas son aquellas que no tienen libertad para elegir sus propias acciones o, mejor dicho, no son capaces de aislarse de su entorno y el mismo les influye en exceso a la hora de tomar una decisión. Sólo están a gusto si su entorno está bien, pero si hay problemas actúan de manera impulsiva, de forma generalmente desmedida y casi siempre desproporcionada. Estas actuaciones habitualmente acaban en fracaso. Y lo que es peor, el fracaso retroalimenta su hiperactividad en forma de nuevas actuaciones condenadas a acabar de la misma forma. Luchan mucho, se vacían, pero su lucha la mayoría de las veces resulta estéril, dado que intentar pelear contra todo y contra todos no suele ser una buena estrategia.

Por otra parte tenemos a las personas proactivas, las cuales también pueden ser muy activas, puede que incluso más que las reactivas, pero a diferencia de estas la motivación por la que reaccionan a los estímulos se ubica en su interior. Pase lo que pase en su entorno podemos afirmar que estas personas son dueñas de sus reacciones. Para nada son frías, sino más bien reflexivas. La primera consecuencia de esta actitud es obvia: los esfuerzos los emplean en resolver los problemas que pueden resolver y no los malgastan en misiones imposibles, siendo por encima de todo pragmáticos. El hombre y la mujer con proactividad se acaban moviendo por fuertes valores, saben lo que quieren, son capaces de analizar las situaciones y resultan ser magníficos estrategas cuando las situaciones se tornan complicadas. O lo que es lo mismo, son muy buenos en la gestión de emociones y actitudes, les gustan los retos, son capaces de generar nuevas ideas y transforman problemas en oportunidades.

En cualquier servicio de empleo como el nuestro vemos habitualmente decenas de personas reactivas y proactivas. Estamos acostumbrados a tratar con todo tipo de clientes y podemos dar soluciones en cada caso. Pero también somos conscientes de la dificultad que conlleva el transformar reactividad en proactividad y de que este proceso es tan lento como complicado. Y si de algo carecen las personas reactivas es de tiempo: “dime que tengo que hacer para encontrar trabajo, necesito trabajar de lo que sea ya mismo” , “necesito pocas charlas y mucha ayuda urgente, tú no me vas a enseñar nada que no sepa”, “he mandado 200, 300, 500 curriculum y no me responden, ya paso de mandar”, “es imposible encontrar trabajo, me he recorrido todas las empresas de mi pueblo”, “una oposición ¿para qué? seguro que están todas dadas”, “las prácticas sólo sirven para que me exploten”, “me voy a poner a hacer un master de lo que sea a ver si mientras cambian las cosas”... Podría seguir hasta el infinito, pero considero que son suficientes estas negativas expresiones para mostrar lo que nos encontramos muchas veces.

Llegados a este punto tan problemática es la reactividad como la pasividad. Cuando tenemos la suerte de toparnos con personas proactivas todo es mucho más sencillo, los análisis son más razonados y nosotros mismos, los orientadores, nos damos cuenta de que nuestra ayuda está siendo realmente efectiva. La proactividad lleva aparejada más proactividad y las personas que la practican dejan un rastro de energía positiva a su paso que normalmente acaba conduciendo a más oportunidades profesionales. A mí me gusta llamarlos “agricultores de la buena suerte”. Son las típicas personas que, cuando la vida les sonríe, mucha gente piensa en la fortuna que han tenido pero sólo algunos saben que les tenía que pasar porque llevan tiempo sembrando su fortuna. Da igual que estemos dirigiendo una gran empresa, asistiendo como alumnos a un curso o haciendo unas prácticas sin cobrar un euro: lo importante es sembrar fortuna para el futuro.

No nos olvidemos tampoco de la imprescindible autocrítica. Sin duda, la búsqueda proactiva de empleo debe de ir acompañada de una orientación proactiva. Los profesionales que nos dedicamos a facilitar el acceso empleo no debemos dejar caer sobre los hombros del buscador de empleo toda la responsabilidad de su situación. Las listas interminables de recursos y consejos para el empleo, las aseveraciones categóricas, las largas clases magistrales sin dar oportunidad a que la persona aporte su visión, las agendas de búsqueda sobrecargadas hasta los topes, el pesimismo basado en la ausencia de ofertas de empleo en un sector o zona determinada, el facilitar siniestras estadísticas que no auguran nada bueno para el futuro, etc , no ayudan para nada en lograr que nuestros clientes , esas personas a las que pretendemos ayudar, consigan sus objetivos de manera óptima.

El consejo está claro: debemos ser más tenaces y perseverantes en lograr nuestro objetivo y, a más dificultades, más determinación tendremos que emplear. Las otras opciones, no hacer nada para ver si mejora la situación o hacer cosas por hacer sin más objetivo que calmar la ansiedad, simplemente no las contemplamos. Preferimos sembrar fortuna: tarde o temprano tendrá que brotar. Es cuestión de regarla día a día.

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